Félix Bravo Miranda nació en la calle Lima de Barranco el 28 de julio de 1918. Al primer año de nacido su madre lo abandona y queda bajo tutela de una nana y padre. A los cinco es llevado por su progenitor a Monsefú, distrito de la provincia de Chiclayo en la Región Lambayeque, a conocer familia extraña, pero sangre que lo ayudaría hasta los catorce.
Junto a Luis Augusto Bravo, su hermano mayor por dos años, se embarcó en un buque carbonero para ir a Lima tras la muerte del padre. Al llegar buscaron empleo y direcciones de familiares que los acogieran porque en las noches dormían en el pequeño "Quiro Vilca”, entre diversos navíos del Callao.
- «LA VIDA ES DURA Y LA MUERTE RÁPIDA»
«Los ecuatorianos ya estaban molestando por los meses de marzo, abril, mayo. Cuando Prado pidió voluntarios, salí corriendo a inscribirme». Era el último día que tenía para aprovechar esa oportunidad.
Después de nueve años, con una vida hecha en la capital, en 1941 se presentó en el último día de reclutamiento al cuartel de Santa Catalina. Ya no había espacio. Todo estaba cubierto. Así que no lo pensó dos veces y con zapatos en mano trepó rejas más altas que él para ingresar. No podía. Lo intentó de nuevo. Esta vez los zapatos entraron primero mientras que alguien lo empujaba para que complete su acto desesperado. Se presentó sin camisa, se sacó el pantalón y tiró los zapatos sucios al correr hacia la balanza para empezar con el reporte médico. Recibían hasta 1.50 m, felizmente, no era tan bajo ni tan alto: 1.68 m fue la solución.
—¿Por qué tanta desesperación por ingresar?—quería estar en el frente para dejar el nombre de mi patria en alto.
Muchos de los chiquillos gritaban a su alrededor: ¡Ejército! ¡Marina! ¡Aviación! ¡Ejército! ¡Marina! ¡Aviación! Otra elección voluntaria más para ir al teatro de operaciones bélicas. Él gritó: ¡Sanidad! Un pequeño, pero indispensable grupo en este tipo de contiendas. Lo mismo que ser un infante.
Ese grupo ingresó días después al Hospital San Bartolomé, en esa época el Servicio de Sanidad Militar del Ministerio de Guerra, a conocer los tejes y manejes de una inyección, curar una herida, ubicar torniquetes y practicar marchas. Las pruebas de resistencia se realizaban en el cerro San Agustino, siendo todo el mes de Junio su ajetreo al aprender a desamar un fusil Máuser peruano.
A principios de Julio, entre los días 6 y 7, un sacerdote ofició la misa de despedida. Muchos se sorprendieron cuando acabó porque llegaron los uniformes. uno de batalla, otro para calle, abrigo y frazada también. Los equipos estaban conformados por una mochila grande, el fusil y una pistola, la bayoneta y una cantimplora.
Era tiempo de decir adiós. Así que entregaron hora y media para avisar a familiares. Los camiones llegaban para continuar el viaje hacia tierra extranjera. Félix Bravo Miranda estaba contento por viajar hasta ahí. No les dijo nada a sus suegros y esposa, la familia que formó hace cinco años y que depositaron en él confianza extrema. Vivía en el jirón Amazonas en pleno Centro Histórico de Lima, en ese entonces los 23 años se aproximaban. “La sorpresa fue al enviar una carta desde Piura. No sabían nada; y la señora, mi suegra siempre veía esas películas de guerra. Siempre preguntaba ¿Félix estará así? Cada semana entregaban como cinco cartas cuando no estábamos al frente porque ahí no llegaba nada”. Recuerda que su familia declaraba su preocupación total en los escritos. “Yo me cuidaba. Nosotros no teníamos miedo”.
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Llegaron los 30 camiones. “¿Quién sabe manejar?”, preguntaron. Félix Bravo Miranda sabía manejar, pero no levantó la mano en esa ocasión. Un grupo de vehículos o convoy viajarían juntos para entregar a toda la carne bélica hasta Bellavista. La seguridad es la principal razón de hacer convoyes, grupos de vehículos, de cualquier tipo, que viajan juntos para darse apoyo. Por ejemplo, atravesar una zona desértica, si un vehículo sufre una avería, el resto ayuda con la reparación, y en caso de tener que abandonarlo, su carga y personal se reparte entre los vehículos restantes. Tuvieron que ir 25 hombres en cada uno. Sanidad iba primero, allí vestido como soldado se dirigiría al Callao. Las órdenes se cumplían a todo momento. Ni un vehículo del convoy pasaba al de adelante. Solo uno incumplió la regla: el carro que estaba justo detrás de él. En 1941, a lo largo de ese trayecto se observaban las chacras, los terrenos baldíos, las acequias y las piedras. Se volteó en una curva antes de llegar a su destino. Hubo dos muertos. La guerra ni siquiera comenzaba y ya parecía que volvían. Los sobrevivientes, embarrados de lodo, fueron a su camión. En el puerto llegó la noticia antes que ellos, decían en cuchicheos: Se ha volteado el camión, hay dos muertos.Llegaron con inconvenientes, no obstante el soldado Bravo, el bravo soldado, no sentía remordimientos. Se embarcaron en el Mantaro por dos días y dos noches. Paita los recibió en la mañana. Entraron al cuartel tras una larga travesía por la orilla del mar, sobre las piedras. Tenían paila, un gran almuerzo. Las personas del pueblo los trataron bien: con pan y pescado paraban de rugir sus estómagos. Hasta la medianoche fue lo establecido para quedarse, pues el siguiente trayecto era el centro de Piura. Un tren, a carbón o leña, solo ayudó hasta mitad de camino, no poseía mucha fuerza al subir una cima por gran cantidad de personas dentro. La mayoría se bajó, ahora iba casi vacío para subir la loma que había. Por esa maldita loma hicieron, en silencio, paso de camino. No descansaron. Los pobladores sentían los pasos porque era asfalto: siempre suena con los zapatos. No tenían porque despertarlos. No tenían que provocar temor.
Llegaron a los cuarteles EL GRAU y LA MERCED. Estos los sorprendieron porque estaban repletos. Ellos durmieron en la cancha de gallos por poco tiempo. Entraron a LA MERCED. Dos días más bajo su cuidado.
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23 de Julio. Llegaron a Chacras, Huaquillas ahí es donde estuvo. Hasta que sus superiores lo llamaron para una misión de ataque con 100 hombres a Santa Rosa. Dominaron hasta la Provincia del Oro, 240 km antes de Guayaquil. “Los cañones y tanques estaban en los campos, no en pueblos. Para nosotros pueblo que tomábamos, descansábamos no más”. “Pensaba que estaba bien lo que hacía, y que no me hirieran. Avanzar, avanzar, agacharse, tirarse al suelo, parecía que estábamos en un recreo”.
—¿Qué pensó y sintió el primer día que estalló la guerra?—mi mente solo quería avanzar, no hay nada más que pensar.
—¿Avanzar al miedo?— no, absolutamente no.
Al llegar a Santa Rosa hubo una lluvia de proyectiles. Una bala le rozó la pierna derecha. No se percató de ello hasta que una horrible picazón lo atacó, al instante colocó un parche desinfectante que Farmacia poseía. Estuvo negro por un tiempo. Eran 10 centímetros alrededor que picaba, picaba y picaba. El soldado Bravo se rascaba hasta que la sangre brotaba. Se quitó el zapato y los calcetines, y lavó con abundante agua oxigenada hasta colocarse el bendito parche. Prestar atención a las enseñanzas básicas de supervivencia por el médico en jefe lo ayudaron a resistir tres a cuatro horas de ardor para llegar al cuartel en Santa Rosa y ser provisto tanto de antibióticos como de otro lavado.
Los recintos de salud se llenaban. Hubo más muertos por infecciones estomacales que por balas. El calor convertía a la comida no apta para consumo. Algunos tuvieron suerte. A todos se les entregaban una papa sancochada, pero a varios no les gustaba o no podían comer. El soldado Bravo Miranda las recogía sin pensarlo dos veces e iban al morral, más peso sí; sin embargo, “si hay hambre, hay que comer”. Él guardaba hasta la cáscara de la naranja. Sus camaradas vociferaban después: ¡dame, dame!. Cargaba todo lo que se podía comer para después. Por el líquido vital no había problema, pues llenaban su cantimplora con agua verdosa. Separaban el grumo y luego echaban una pastilla cloracene para purificarla.
(*)Las entrevistas a los vencedores de la campaña militar en el Ecuador de 1941 se realizaron entre Septiembre y Noviembre del 2013.
(**)Las fotografías de este artículo son de Luis Cáceres Álvarez.