- “La fotografía es nuestro exorcismo”, Jean Baudrillard
A los 25 años, 10 meses y 17 días, a Marco Antonio Ramón Huaroto le tocó enfrentar una de las experiencias más dolorosas de su vida: evitar la ceguera de su ojo izquierdo. El practicante de fotografía de Perú21, mejor conocido como Atoq (zorro en quechua), no imaginó que una comisión fuera de su horario de trabajo lo marcaría para siempre.
Llantas y piedras de diversos tamaños son arrojadas hacia una de las principales vías del distrito de Puente Piedra en Lima, la ciudad de la furia, durante el quinto día del 2017. Minutos antes de las 11 de la mañana, manifestantes proceden a quemar—por el alza de precios—las garitas destinadas para el cobro de peaje en la zona de Chillón. Mientras la Policía Nacional del Perú (PNP) dispersa la protesta mediante perdigones, escudazos y tanques.
Granadas lacrimógenas atraviesan los techos de las casas. Niños, mujeres y ancianos son víctimas de la protesta sin participar de manera directa en ella. Sollozos, irritaciones y ceguera temporal se apoderan de los inocentes. “La policía empezó a disparar hacia los cerros porque la gente estaba bajando. Para que no bajen metían gas y disparaban. Yo vi que la gente salía desesperada por los gases. No sabían cómo apagarlos. Se echaban agua, pero peor. Empecé a gritar: ¡No se echen agua!, ¡No se echen agua!”, recuerda Atoq, el único fotoperiodista en el lugar.
Un grupo de manifestantes, cubriéndose con triplays, lanza piedras a los agentes antidisturbios. Ellos, en un tanque, disparan el arma química y los perdigones para dispersar y hostigar al gentío. Marco, protegido por un casco y chaleco, se dirige a retratar lo que la fuerza del orden impide mostrar al otro extremo de la Panamericana Norte. “Había una barrera entre la Panamericana y el cerro. Quería cruzar, pero tenía miedo porque la gente estaba enfurecida. Vi a un señor sin polo. Estaba tirando piedras. Le habían disparado perdigones en toda la cara y el cuerpo. Tenía un montón de agujeros. Corrí hacia él. Cuando llegué al lugar, ya no lo encontré. Pero sí a una multitud. Les dije: Soy fotógrafo. ¿Hay heridos? Llévenme donde estén los heridos para tomar fotos y denunciar eso”. Dicen que si no hay fotografía, no hay noticia. Contra todo pronóstico se consigue.
Identificado como hombre de prensa, con el fotocheck al cuello y un bolso negro alrededor de la cintura para guardar los distintos lentes de la pesada cámara Canon EOS-1D X, en mano, no logra evadir la represión. Un fotoperiodista capta acciones para contar caos y éxitos de una sociedad. Uno debe acercarse para capturar la verdad, pero si es demasiado, ¿mueres? “Me quedé en el lado del cerro. Atrapado porque la policía empezó a disparar más fuerte. Ya no podía salir de ahí”.
Entonces, agentes de la policía entraron en acción, dispuestos a retirar al fotógrafo a la fuerza. ¡Click! Aniquila el movimiento del carro de combate con tan solo un disparo. Atrapa. Congela. Convierte a los uniformados en objetos que simbólicamente se pueden poseer. Son suyos ahora. ¡Bang! Un impacto de perdigón lo juzga y condena. El mero acontecer del mundo nubla su visión con sangre.
Marco dejó la Universidad Nacional Mayor de San Marcos tras dos años (2011-2013) en antropología para quedarse con la fotografía del Centro de la Imagen (2014-2015). Realizó prácticas como reportero gráfico para el diario Perú21 y a mediados de 2014 estuvo entre los fundadores del colectivo fotográfico Maldeojo. Un año después fundaría Jauría, red de fotógrafos documentales, en Lima. Ha participado en uno de los encuentros latinoamericanos de Mediactivismo-Facción en Uruguay, a finales del 2015, y también en la muestra “Los rostros del Perú”, del colectivo fotográfico Ojos Propios y el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (RENIEC) —para “rescatar y resaltar la identidad nacional”— realizada en la Biblioteca Nacional del Perú a mediados del año pasado. Entre sus trabajos fotográficos más representativos están el seguimiento a las movidas underground de hip-hop, la cobertura de todas las marchas contra el Régimen Laboral Juvenil o “Ley Pulpín" (Ley N° 30288) en la capital y un fotoensayo sobre el Takanakuy de Chumbivilcas (Cusco).
Abrió los ojos de golpe, sacudido por la explosión de dolor. El rojo sangre mancha su piel morena. Se había cometido el primer atentado contra la libertad de prensa en el Perú del 2017. Según la Oficina de Derechos Humanos del Periodista (OFIP) de la Asociación Nacional de Periodistas del Perú (ANP), a lo largo del año pasado fueron 114 las agresiones que se perpetraron contra hombres de prensa en el país. En ese momento no imagina que uno de estos proyectiles llegó hasta el hueso detrás del ojo izquierdo y rebotó, dejando esquirlas de 2.5 x 4.6 milímetros.
Algo así ocurrió en Brasil en el 2013, cuando el fotoperiodista Sérgio Silva cubría las protestas por el aumento de los precios del transporte público en Sao Paulo y fue golpeado en el ojo izquierdo por la Policía Militar, causándole ceguera. La justicia negó su petición de indemnización en contra del Estado porque se había colocado “en la línea de confrontación entre la policía y los manifestantes. Voluntaria y conscientemente asumió el riesgo de ser blanco de alguno de los grupos enfrentados”.
Los perdigones son cinco y han dejado esquirlas en el ojo izquierdo, “dos lesiones de coloración negruzca de 0.5 cm de diámetro” en la frente, una en el dedo meñique izquierdo y otra en la muñeca derecha. Por el impacto, Marco cae para atrás. La gente alrededor se solidariza. “¿Compañero, estás bien? ¿A qué organización perteneces?”, llega a escuchar. Lo miran raro. Hay sangre en toda la cara. Le echan agua. Deben ir al centro médico más cercano. Llegan a Laderas de Chillón, a la avenida Vía De Integración S/N (- Mz C1 Lt 3ª). Limpian las heridas y le colocan gasa en las zonas afectadas.
Marco llegó a esa comisión con un chofer y un redactor del diario, pero cada quien tomó rumbos distintos. El conductor esperó en un grifo. Cuando sucede esto, Atoq llama para que lo recojan. Notifican a la central. Ellos determinan la siguiente parada. “Estaba yendo a la Clínica San Pablo de Izaguirre (en el distrito de Independencia)”, cuenta Mayra Villavicencio, “La China”, su enamorada. Y pidió que aún no avisara a la familia. No quería preocuparlos. Horas después se da cuenta de la gravedad del problema. Escalofríos. Mareos. Comunicarse con la mamá era prioridad. Todos tienen que saberlo. Está mal del ojo.
Sábado 7 de enero del 2017. Clínica San Pablo de Monterrico. Lima. Piso 6. Habitación 612. Paciente: Marco Antonio Ramón Huaroto. Después de una serie de exámenes: Retinografía, Angiografía y OCT Macular (Tomografía de coherencia óptica), la clínica le ha diagnosticado traumatismo de la órbita ocular izquierda debido al “elemento metálico extraño (los perdigones de la policía), proyectado en el cuerpo adiposo”. Y no descarta lesión del nervio óptico.
Mientras familiares, activistas y amigos aún se preguntan qué tipo de agresión comete un periodista si el único objeto que tiene a la mano es su cámara. Y también, ¿Qué dice Carlos Basombrío, el ministro del Interior, ante esta situación? ¿Por qué la Ley N° 30151 entrega inimputabilidad e impunidad a las Fuerzas Armadas y la PNP cuando causen lesiones o muertes? ¿El diario Perú21 cubrirá por completo el tratamiento en el Bascom Palmer Eye Institute de Miami? ¿Dónde están las voces de protesta de la Federación y el Colegio de Periodistas ante la represión policial? ¿Por qué no hay mayor cobertura mediática de su caso si es un atentado a la libertad de prensa y los derechos humanos? Si a Marco le pasa esto, ¿mañana a quién más?
Está de blanco, shorts beige y pantuflas. Un protector ocular salvaguarda de cualquier bacteria el iris, la retina, el cuerpo y los músculos que conforman el ojo izquierdo. No debe realizar movimientos bruscos. Se coloca grandes lentes oscuros.
Ahora, lo importante es que la dirección de su mirada se recupere por completo. El suero suministrado cerca del tatuaje de un cráneo y ave negra en el centro del brazo derecho hace lo posible para rehabilitarlo. Mantenerlo lúcido. Evitar que decaiga física, y moralmente. Para que sus ideales resistan porque la luz se ha convertido en ruido. Atoq mantiene unas vacaciones obligatorias. Descansa.
“Lo único bacán de esto es que mis patas vienen a visitarme”. Los amigos de Maldeojo, el colectivo fotográfico que fundó, llegan. Aldo Vicuña (1991), Griselle López (1996) y Diego Vargas (1995). Todos con los ojos rojos.
—Esto te va a hacer mucho más fuerte de lo que eres, hermano. Y lo sabes.
— Voy a estar un tiempo desconectado.
—Te ayudará a pensar. Sácale la vuelta no más, hermano.
“Estaba conversando con la gente (de prensa) ayer. Les decía: Esperan que alguien se muera para empezar a organizarse. Y pregunté si había el gremio de fotoperiodistas. Hay unos tíos que tienen una organización, pero no hacen nada”, señala Marco. La Asociación Nacional de Periodistas del Perú (ANP) es la única que condena estos abusos y demanda al Ministerio del Interior investigar y sancionar al responsable por lo sucedido.
Luego de unos segundos de silencio, en los que parece apenado, observa alrededor con la única herramienta de trabajo que no pudieron dañar. “La China” está desparramada en el sofá de su lado derecho, por los dos días sin dormir adecuadamente. Yolanda, su mamá, ajetreada, conversa por el celular con familiares. Maldeojo edita y selecciona algunas fotografías de sus aventuras para exponer y venderlas. De este modo, recaudar fondos para los gastos que la familia no sea capaz de cubrir. Sonríe. Guarda reposo en la camilla. Quizá recuerda las primeras idas y vueltas en Lima y provincia con los amigos, los colegas, los compas que el fotoperiodismo le ha dado.
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El vínculo de Atoq con la fotografía empieza cuando su hermana mayor, Roxabel Ramón, estudiaba periodismo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Marco recuerda que al regresar de la escuela cogía de la habitación el equipo análogo Canon de ella. Aprendió a manejar lo básico. “Sal a la calle. Úsala como quieras”, le decía. En ese entonces, solo “quería retratar la pobreza, las injusticias, las contradicciones de la sociedad, el consumismo en el 2009”. La fotografía abrió su mente. De esta manera, llegó a interesarse por tratar los temas de cultura andina, la migración, la memoria y la violencia política. Pasaron cinco años y gracias a ser autodidacta ganó una beca en el Centro de la Imagen y pudo estudiar este campo.
Para entender las ideas de Atoq debe indagarse el pasado. Los padres de Marco pertenecen al centro-sur del país, Vidal Ramón de Junín y Yolanda Huaroto de Huancavelica, migraron a la capital para estudiar Derecho y Contabilidad en la universidad decana de América, comúnmente llamada “San Marcos”. Allí se adentraron en movimientos políticos de izquierda. Atoq afirma que tiene una “formación con ideas libertarias y de crítica con la sociedad” gracias a ellos. “Por eso, mis fotografías son un acercamiento más como ‘sujeto político en este entorno, con este grupo de gente, contra estos sucesos’”.
Atoq pasó de solo apuntar la calle, lo que le parecía pintoresco, a conceptualizar más lo que estaba haciendo. Desde el 2014 cubre los plantones, performances, denuncias y reivindicaciones. Su primera marcha en Lima fue en el 2009 por el Baguazo. “Llegué a la conclusión que ese era mi proyecto de vida: retratar a mi generación porque somos hijos de la violencia política. Después de la guerra interna, el terror se instaura en esta sociedad por la represión”.
“La fotografía es un medio para decir lo que veo y lo que se siento”. Por ello, se acercó al lado político del hip-hop. Lo percibía como un movimiento contracultural. “Retratar cómo un movimiento social crece y yo crezco con él. Las imágenes que las movidas entregaban eran ambientes oscuros, de ruido y de caos. Estoy retratando y retratándome”.
Giséle Freund, autora del libro “La fotografía como documento social” (1974) sostiene que existen dos grandes corrientes de fotógrafos. “Por un lado, la imagen es un medio para expresar a través de sus propios sentimientos las preocupaciones de hoy, para otros, la fotografía les permite concebir sus aspiraciones artísticas”.
Desde pequeño, las cámaras siempre llamaron la atención de Diego. Él empezó a fotografiar en el 2013 cuando consiguió su primer equipo. Una Canon Rebel T3i. “Me gusta el mundo del grafiti. Así llegué a lugares donde la inseguridad reinaba. Solo. No conocía a ningún fotógrafo”. En paralelo, iba a las movidas hip-hop. Así se dio cuenta que habían muchos más como él. Cuando llegaron las marchas contra la “Ley Pulpín”, “tenía para ese entonces un año y medio foteando. Retrato lo que no es conocido, busco lo que no sea común. Pienso que la sociedad está equilibrada: hay un punto sucio y hay un punto bonito. No juzgo, simplemente, los eventos están equilibrados. Me gusta ordenar los elementos y que salga una composición donde el ritmo y sobretodo el blanco y negro se aprecien. Reflejar una emoción fuerte. Involucrar a quien esté observando. Me parece genial lo expresionista”.
A Aldo siempre le llamó la atención estar en las calles “mataperreando”. “Conocí a unos chicos de mi barrio que rapeaban y decidí seguirlos. Tenía una cámara pocket. Foteaba en la calle lo que fuera, en las movidas del 2012-2013”. En un comienzo solo buscaba componer, “cumplir con la regla”. No había una interpretación más allá. Con el tiempo, se dio cuenta de que “esa movida callejera es bien sucia, bien bagre y a la vez activa; pero sobre todo, ‘achorada’. Siento que Lima es un lugar donde tienes que achorarte porque si no te achoras, te dan vuelta”. Él quería reflejar esa violencia. “Fotear eso pero no por el lado colorido sino lo más urbano, citadino y moderno. Encontrar ese punto que te cuestione, que te descontextualice, que te jale en una. Dejarte con la duda. Quiero plasmar eso en mis imágenes”.
Giros señala que su pensamiento base es que la gente se cuestione y formar una memoria colectiva. “¿Por qué llegamos a ser lo que somos?” Ella consigue el “momento no decisivo” y lo expresa en la falta de nitidez de la fotografía, porque está vinculada, estrechamente, al grano o textura. Y sus principales corrientes de influencia son el expresionismo, el pictorialismo y el surrealismo.
En cambio, Atoq no busca “una imagen bonita, una imagen rara o ese algo que destrabe”. Él desea reflejar una lucha para que todos sean parte. Pero, ese compromiso o ideología no lo comparten sus compañeros. En cuanto a la experiencia de registro visual, cada quien tiene su mirada.
Ellos no se unen como grupo hasta que Marco y Aldo se conocen por las movidas hip-hop. “Llegas a un lugar y ves que además de ti hay otro fotógrafo en las mismas”. En el 2014, la oportunidad de retratar una fiesta patronal en Huánuco apareció. El zorro debía ir acompañado. “En una pensé en Aldo. Sabía que iba a interesarle porque era loco y viajaba sin plata”. En la sierra, fluyó la onda mística y se presentaron como Maldeojo.
Maldeojo, “colectivo de fotografía y contra-información”, nació en Lima a mediados de 2014, a partir de la inquietud y disconformidad de Marco, Aldo, Diego y Griselle quienes encontraron en la fotografía una experiencia de vida y también un espacio para dialogar alrededor de sus proyectos personales. Aldo trabaja como diseñador gráfico y fotógrafo free-lance. Él y Grisel, “Giros”, son padres de familia. Ellos estudiaron fotografía por tres años en el Instituto Peruano de Arte y Diseño (IPAD). Diego estudia Comunicación Audiovisual y Medios Interactivos en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC).
Los compañeros de Marco relatan que el ingreso a Maldeojo no estuvo vinculado a la política, explícitamente, y que respetan su postura. “Jamás me había afanado por los temas políticos. En realidad no es mi dirección, pero fui por la adrenalina y para saber qué sucedía, era todo un chongo, era algo nuevo. Así entré”, cuenta Diego.
El colectivo se institucionalizó el 19 de diciembre del 2014 al fotografiar la Primera Marcha Contra la “Ley Pulpín" o del Régimen Laboral Juvenil (Ley N° 30288). Norma que daba beneficios tributarios a las empresas y reducía los costos de los empleadores, pero recortaba los beneficios laborales de los jóvenes. Desde entonces la producción visual se apreció los días claves de protesta: 23 y 29 de diciembre, 15 y 23 de enero (segunda, tercera, cuarta y quinta marcha respectivamente).
Centro Histórico de Lima, San Juan de Lurigancho, Chorrillos y Villa María del Triunfo son sus lugares favoritos. Al fin y al cabo, retratan una ciudad que recibe movilizaciones políticas desde el interior. Cada uno retrata también situaciones y personajes que encuentran en las calles. Ellos utilizan cámaras Canon Rebel T3i con lentes de 18-55 mm.
Atoq piensa que “la imagen es algo mágico. Nos llama a modificar la realidad. Sentimos un odio tal vez por lo que vemos. Eso se plasma. Transformamos la sociedad con las imágenes que, poco a poco, construimos. Esa es la interpretación y el discurso”. Y Diego opina que tener un estilo es la libido de un fotógrafo. “Cambias mientras foteas”.
El grupo asegura que no existe una “continuidad seria” en la fotografía peruana ni una buena relación entre fotógrafos de su generación con antiguos “colectivos”. “Estaban Supay, Versus, LimaFotoLibre, NN, y de ahí ocurre un salto. Se podría decir una ruptura. No hay una comunicación con las nuevas generaciones. Están en otra y nosotros no los manyamos, no hay un interés de ellos por conocernos”, dice Atoq.
Eso sí, todos los integrantes coinciden en tener como referencia al fotoperiodista peruano Jaime Rázuri y a la agencia Magnum. No obstante, Diego confiesa que el fotógrafo italiano Ernesto Bazán, el griego Nikos Economopoulos, el indio Sohrad Hura y el francés Antoine d'Agata son sus favoritos; Aldo se nutre visualmente de un fotero underground peruano Juan Carlos Michilerio, del checo Josef Koudelka y el italiano Paulo Pellegrin como también de la mitología andina y africana; Giros dice que los estadunidenses Francesca Woodman y Richard Avedon, y la argentina Adriana Lestido son pilares fundamentales para conocerla. Por último, Atoq destaca a los peruanos Herman Schwarz y Daniel Pajuelo, quienes retrataron hechos sociales con el fin de entender la historia del país. Declara que otras influencias más que estéticas son políticas: “Toda mi adolescencia me nutrí de ideas de transformación, de cambio. Empiezo a estudiar las revoluciones que hubo en el mundo y a estudiar nuestra historia. Un referente también es Víctor Jara, un chileno que le cantaba a la vida, a la lucha, a su pueblo y de esa forma militaba contra la dictadura de Pinochet. Conocerlo a través de mis viejos fue un destrabe”.
“Para que la foto sea buena no, necesariamente, tiene que ser bonita o debe cumplir una regla. Las reglas están hechas para romperse. Perfeccionarnos es traducir ideas y sensaciones en una imagen. No solamente el instante decisivo, sino también lo fuera de tiempo y lo fuera de contexto para preguntarnos cómo ocurre eso”, explica Aldo.
Atoq comenta que “es necesario que haya contradicciones para que algo mejore o se desarrolle”. Cada quien propone y asume roles, no hay jerarquías, mientras que las instantáneas dependen de las circunstancias. “La fotografía deja de ser tuya cuando la muestras a los demás, porque cada uno de nosotros la interpreta diferente por la música que escuchamos, los libros que leemos, lo que nos haya pasado. Fotografiar es un acto individual y querer llevarlo a un colectivo es interesante porque hay una cultura que no conoces reflejada en las imágenes que se proyectan”, recalca el zorro.
En esas idas y vueltas enfrentaron un atentado con su propiedad intelectual. Un representante de la revista Caretas, Édgard Mandujano, se acercó a Diego. Le pidió autorización para publicar algunas fotografías de la protesta contra el proyecto minero Tía María, realizada el 28 de mayo del 2015, en Lima. No hubo pago de por medio, solo un acuerdo vía chat de Facebook. Debía colocarse los créditos y mantener el tono de denuncia.
Cuando salió la versión impresa de la revista se sorprendieron. No cumplieron con lo acordado. En Facebook y su web denunciaron a Caretas por “usar imágenes sin autorización y cambiar el enfoque con el que habían sido capturadas”. Maldeojo pidió una compensación económica. Hubo quienes los criticaron por ser un agrupación “sin fines de lucro”, pero exigían respeto. Giros piensa que “fue demasiado. Esa foto debió haber sido ‘te entrego y me pagas’. Quedó ahí. No pagaron nada. Me dio cólera. Te ven como ‘esos chibolitos que recién están comenzando. Vamos a agarrar sus fotos. ¿Qué nos pueden hacer?’”
Caretas solo mostró a los policías con armas en las manos, pero no disparando.
Atoq, al fotografiar, también opina. Caretas cortó la imagen y solo mostró un lado. El enfoque fue alterado. Este evento marcó distancias en el colectivo. “Fue tenso e interesante. No teníamos las mismas intenciones. Debemos aprender a respetar la locura de cada uno”, dice Marco. Hubo comentarios que reflejaban desorganización. Para Aldo, fue un instante decisivo, un choque de ideas. “¿Qué es Maldeojo? Jamás se planteó. En un comienzo era para financiarnos, viajar y fotear; pero se dio lo de las marchas y nos concentramos en eso. Jamás se conversó cuál iba a ser nuestra mirada, nuestra postura o nuestra actitud”. “Yo respeto bastante el compromiso de los activistas porque toman tiempo de su vida para su lucha, pero no me siento involucrado. Mi vida no me ha hecho ser así. En la medida que pueda trataré de compartir”, señala Diego.
En esa separación, Atoq empezó a juntarse con otros colectivos como Malabrigo, Piquete fotográfico y Mother-focus. “Representantes de nuestra generación que formaron Jauría, una red de colectivos fotográficos independientes que abarca temas de lucha social. Y mucho más activista”. A las finales decidió que ese activismo no debía romper el vínculo con Aldo, Diego y Giros. En la primera etapa hay una urgencia por contra-informar: mostrar lo que no muestra la prensa tradicional.
“Cuando Maldeojo regresó no lo vimos tan difícil porque hay mucha gente que nos sigue. Cerramos una etapa y ahora miramos hacia adelante con seriedad”, detalla Atoq. “Hemos madurado visual, personal y profesionalmente. La mentalidad es otra”, comenta Aldo. “Cada uno tiene su propio archivo, sus propias series, ideas e intereses. Pero, como Maldeojo nos unen hasta ahora el hip-hop, la calle, la noche”, complementa Diego. “Un mismo proyecto, pero desde nuestros propios ángulos”, termina Giros.
Susan Sontag escribió que fotografiar es “sobre todo un rito social, una protección contra la ansiedad y un instrumento de poder” porque poseer una cámara es convertir a la persona en algo activo. Marco, Aldo, Diego y Griselle no serán iguales, pero sí están conectados. En esa Lima oscura, violenta o achorada, plasmar lo sórdido juega un papel valioso en ellos. “Nuestra solidaridad es más fuerte que el miedo. No podrán callarnos”, señalan en su web.
No podrán callarlos. Entregan nuevos significados a las viejas metáforas. “Hemos preferido tomar partido, hasta mancharnos con la sangre de quienes se juegan la vida en busca de la verdad; nuestra verdad, que vamos construyendo codo a codo en las calles”. Porque la fotografía es energía, magia y sacrificio.
Texto y fotografía de portada:
Luis Cáceres Álvarez
Publicado: 2017-02-05
Dos cazadores de distintas generaciones empuñan sus armas. Uno de ellos, un policía en medio del encuadre, apunta hacia el otro, el fotógrafo. Es lo último que este ve. Despierta y la represión sigue ahí. La carrera por salvar el ojo del balazo comienza.
Escrito por
Luis Cáceres Álvarez
"¿Quién es el hombre más feliz, el que ha enfrentado la tormenta de la vida y la vivió, o el que se ha mantenido en tierra y solo existió?"@luiscceresalv
Publicado en
El Brujo de las Calles
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